En efecto, en Grecia como en Roma, los hombres satisfacían allí los minuciosos pormenores del tocador hacia los cuales no poseían todo lo necesario. Era menester ser rico para tener a su servicio algún hábil esclavo con navajas, peines y espejos y con los demás atributos de un barbero. De esta penuria resultaba la obligación de una visita matinal a esta oficina llena de una multitud, a cada instante renovada.
Los barberos tenían tres ocupaciones principales:
  1. Cortaban los cabellos, demostrando su habilidad en dejarlos iguales primero, y después en seguir la moda establecida o inventar otras nuevas; para esta operación se servían, no de tijeras, sino de navajas de diferentes tamaños y más o menos cortantes. Accesoriamente arrancaban los cabellos grises que aparecían sembrados sobre las cabezas de los jóvenes o tenían, por medio de recetas tan variadas como sabias, las cabelleras que en la precedente operación no habían satisfecho.
  2. La segunda ocupación de los barberos consistía en afeitar la cara y enjugaban la barba con una especie de servilleta de una tela felpuda, que ponían sobre los hombros de los pacientes y que tenía un tejido desconocido en nuestros días.
  3. En fin, el tercer empleo de los barberos consistía en cortar las uñas de las manos lo que se verificaba con una especie de cuchillitos de una forma particular.
La antigüedad nos ha dejado un poemita de Fallías sobre el barbero Eugates, que contiene una enumeración cómica de todos los útiles necesarios a las funciones del barbero y a los cuidados de tocador.

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